Colombia, ante el espejo de la verdad

Cuando la degradación del conflicto armado llegó a su punto máximo, la mayor parte de la sociedad colombiana prefirió mirar para otro lado o le tocó hacerlo para poder seguir adelante ante la impotencia. Mientras el campo se ahogaba en sangre y se despoblaba a la fuerza por los fusiles de diferentes grupos que alegaban proteger al pueblo y luchar por un mejor país, la indiferencia creció y muchos le dieron la espalda a esa realidad. La reacción fue similar con los asesinatos selectivos y los atentados con toda clase de explosivos en ciudades y centros poblados.

Sin embargo, el país está a menos de un año de verse ante un espejo incómodo: el de la verdad sobre cómo llegó a tener casi 9,2 millones de víctimas y registros tan absurdos como contabilizar más desaparecidos que varias dictaduras del sur del continente juntas, cuando siempre ha vivido en una supuesta sólida democracia.

El punto de partida de esa gigantesca empresa es el Decreto 588 de 2017, que le dio vida a la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad (CEV), como parte de la implementación del Acuerdo de Paz que alcanzó el Estado colombiano con la extinta guerrilla de las Farc. A partir de ese momento, once comisionados y sus equipos de trabajo empezaron a recorrer el país para escuchar a víctimas de todos los actores armados, victimarios de todas las orillas, organizaciones sociales, líderes políticos y a escarbar en miles de documentos. 

Es una tarea compleja por la cantidad de personas a consultar y por la dimensión de casos a documentar. Como si fuera poco, la violencia se reactivó en algunas regiones del país y sectores a los que no les conviene que se escudriñe en su pasado han amenazado tanto a víctimas como victimarios para que no hablen. Y, en medio, la polarización y el ambiente político que tratan de deslegitimar a la institucionalidad creada por el Acuerdo de Paz han jugado en contra de la Comisión. A todo ello hay que sumarle la pandemia del Covid-19 que frenó su trabajo de campo.

A pesar de todas esas adversidades, la CEV siguió cumpliendo con su mandato y diferentes protagonistas del conflicto armado se acercaron a ella para contar su verdad. Es así como hasta el pasado mes de octubre, escuchó a 27.006 personas y recibió 922 informes por parte de víctimas, organizaciones de la sociedad civil e instituciones estatales, que dan cuenta de graves hechos del conflicto armado.

También realizó 13 Encuentros por la Verdad y 13 Diálogos para la No Repetición en diferentes regiones del país, con más de 13 mil participantes de diversos sectores sociales, que agruparon a víctimas, victimarios, funcionarios públicos, expertos académicos, empresarios, entre otros. Y escuchó a los cinco presidentes de la República que ocuparon la Casa de Nariño entre 1990 y 2018, para conocer su versión sobre el conflicto armado y las decisiones que tomaron para hacerle frente.

Todo ese trabajo se está decantando en el denominado Informe Final, con el que la Comisión explicará las causas del conflicto armado, sus impactos y emitirá una serie de recomendaciones para que esos hechos no se repitan nuevamente y el país logre la reconciliación. El documento debía ser presentado el próximo 28 de noviembre, cuando terminaba su mandato, pero la Corte Constitucional, acogiendo la solicitud de organizaciones de víctimas y defensoras de derechos humanos, extendió el plazo de publicación hasta junio del próximo año, porque la pandemia trastocó su cronograma de trabajo.

El camino hacia la verdad

Sobre la labor de la CEV hay grandes esperanzas. La mayoría de colectivos de víctimas y organizaciones defensoras de derechos humanos resaltan el hecho de que sus integrantes se acercaron de manera abierta para escucharlos y tuvieron la oportunidad de participar ampliamente para aportar en la construcción del Informe Final.

Jorge*, un vocero de la Mesa Nacional de Víctimas, creada por la Ley 1448 de 2011 -también conocida como Ley de Víctimas-, para representar a los afectados por el conflicto armado y tener interlocución con el Estado, considera que, en términos generales y con todas las dificultades, la Comisión ha realizado un buen trabajo y esperan que termine cumpliendo la misión encomendada por el Acuerdo de Paz.

“Esperamos que el Informe Final llene las expectativas de las víctimas y no sea manipulado, que realmente genere verdad. Esa verdad implica que se reconozcan todas las afectaciones que sufrimos sin distinción alguna y que se hable de todos los que participaron en el conflicto armado. Ojalá que el trabajo de la Comisión permita conocer a todos aquellos que estuvieron tras bambalinas moviendo la guerra”, resume este vocero, quien pidió la reserva de su nombre.

Por su parte, Adriana Arboleda, vocera del Movimiento Nacional de Víctimas de Crímenes de Estado (Movice), resalta el hecho de que la Comisión intente convertir la verdad del conflicto armado en un bien público para que la sociedad entera comprenda su importancia. Y pone especial énfasis en los Encuentros por la Verdad, para entender el papel de las víctimas y visibilizar sus procesos de resistencia.

En cuanto al Informe Final, señala que en el Movice tienen muchas expectativas frente a la responsabilidad de la institucionalidad en el conflicto armado: “Debe reconocer que hay una criminalidad estatal y que el Estado ha actuado como un actor, violando derechos humanos; que eso ha sido parte de estrategias y políticas, y no de hechos aislados o manzanas podridas”.

También sugiere que refleje el apoyo con el que contó el paramilitarismo. “Hay que reconocer que ha sido una política de Estado y una estrategia para aniquilar procesos sociales de cualquier tipo; también debe tratar el papel de cierto sector del empresariado con la estrategia paramilitar y la protección de intereses de ciertos sectores económicos para acumular riquezas y tierras”, requiere.

Por esas razones, le pide al CEV que construya una verdad profunda que vaya más allá de los actores en confrontación porque “sería muy frustrante para nosotros un informe que, simplemente, como han hecho otras Comisiones de la Verdad en el mundo, se base en la teoría de los dos demonios: que diga que aquí todo el mundo fue muy malo y que todos cometieron grandes crímenes, sin ahondar en las causas, consecuencias, impactos y daños que generaron”.

Jaqueline Rentería, representante de la asociación de Madres de Víctimas de Falsos Positivos (Mafapo), que clama por justicia por el asesinato de civiles, en su mayoría jóvenes de escasos recursos que bajo engaños fueron llevados a otras regiones del país, en donde fueron asesinados por integrantes del Ejército Nacional y presentados como guerrilleros muertos en combate para obtener beneficios en su carrera militar, destaca los esfuerzos para lograr reconciliación por medio de la construcción de verdad.

“A finales de octubre tuvimos un encuentro privado por medio de la Comisión con un sargento y un coronel que están involucrados directamente en nuestros casos. Allí pudimos escuchar sus testimonios y conocer la presión que había al interior del Ejército para mostrar resultados. Estábamos con mucha ansiedad y ellos prevenidos, pero al final las cosas fluyeron y conocimos muchos detalles que no habíamos escuchado en sus audiencias”, cuenta.

Además, resalta que acciones como esa pueden servir para allanar el camino de la reconciliación: “La idea es que los compromisarios hagan alguna obra como medida de restauración, que podamos trabajar y caminar juntos en pro de un mejor futuro para nuestra juventud y el país. No podemos quedarnos con el odio porque de esa manera tampoco estamos contribuyendo a nada. Tenemos que reconciliarnos, tenemos que perdonar y tenemos que avanzar para lograr un mejor futuro”.

En Mafapo le piden al Informe Final de la CEV que, como medida de satisfacción, les permita conocer la verdad que les ha sido esquiva durante años: saber quiénes son los responsables directos de esos crímenes.

“Es muy frustrante que hablaron con el expresidente Uribe y diga que no sabe de dónde salieron los 6.402 ‘falsos positivos’ que documentó la JEP. Necesitamos que quienes comparezcan aporten al esclarecimiento y no les den méritos a personas tan importantes que no aportaron verdad”, indica Rentería.

Verdad con enfoque diferencial

En las comunidades afrodescendientes e indígenas consideran que los mayores avances en la implementación del Acuerdo de Paz se encuentran en las instituciones que conforman al Sistema Integral de Verdad, Justicia, Reparación y No Repetición.

Destacan que fueron consultadas para la creación de los protocolos de trabajo de la Comisión de la Verdad, de la Jurisdicción Especial para la Paz y de la Unidad de Búsqueda de Desaparecidos. Celebran que se hayan creado dependencias específicas para garantizar que la visión étnica esté presente en sus labores y que afros e indígenas estén en importantes cargos en las tres dependencias.

Richard Moreno, coordinador del Consejo de Paz Afrocolombiano (Conpa) y miembro del Foro Interétnico Solidaridad Chocó (Fisch), sostiene que es necesario que el Informe Final refleje las causas estructurales del conflicto armado y sus consecuencias desproporcionadas en los territorios étnicos, indicando los autores intelectuales, materiales y quiénes se beneficiaron de la grave crisis que padecieron los pueblos originarios.

Para Feliciano Valencia, indígena Nasa y senador de la República por el Movimiento Alternativo Indígena y Social (MAIS), es necesario que el informe de la CEV dé cuenta de los impactos colectivos del conflicto a la identidad, al gobierno propio, a la autonomía de los pueblos y al territorio, es decir, “al sujeto colectivo indígena”.

Además, “mostrar a través de distintos relatos que la relación y las afectaciones a las comunidades indígenas no solamente se circunscriben al conflicto armado de hace cincuenta años, sino a una tradición colonizadora y excluyente de los pueblos y comunidades indígenas, porque hay una construcción de nación monocultural y racista”.

La CEV también ha trabajado con un enfoque de género en el horizonte. Juliana Ospitia, quien le ha hecho seguimiento desde la organización Sisma Mujer, destaca el primer Encuentro por la Verdad que realizó la Comisión en junio de 2019, dedicado a la violencia sexual que sufrieron mujeres y miembros de la comunidad LGBTI en medio del conflicto armado. (Leer más en: Violencia sexual, el crimen silenciado que inauguró los Encuentros por la Verdad)

Y en cuanto a violencia de género, espera que esos crímenes se pongan al mismo nivel de importancia que tienen otros como el secuestro, el desplazamiento forzado o las ejecuciones extrajudiciales: “Lo pedimos porque el lenguaje construye realidades y al nombrar creamos acciones. Si el informe logra darle el posicionamiento que requiere la violencia sexual, será algo muy importante”.

En Sisma Mujer consideran que es clave que se exprese “que todos los actores armados perpetraron violencia sexual; que es una práctica intencionada y sistemática, que se alimenta del patriarcado y que afecta de manera diferencial a las mujeres”.

Lunares en el camino

La Comisión de la Verdad no cuenta con aceptación general y también tiene detractores. Uno de ellos es la Federación Colombiana de Víctimas de las Farc (Fevcol). Sebastián Velásquez, su representante legal y vocero, considera que es un “fraude”.

“Eso es una vergüenza. El padre Francisco de Roux, en todos estos tres años, nunca nos dio garantías a las víctimas de Farc para contar lo que sucedió, mientras, sí señor, le abría todas las puertas y toda la interlocución a las organizaciones que socialmente han estado muy cercanas a las Farc. Y este señor sigue insistiendo en que no ha tenido tiempo de construir la verdad, que es una verdad acomodada e ideologizada, y está pidiendo más tiempo y más plata”, cuestiona Velásquez.

Adel González, abogado y representante de la Corporación Rosa Blanca, que agrupa a 250 mujeres que fueron reclutadas siendo menores de edad por las Farc y denuncian múltiples crímenes cometidos al interior de la antigua guerrilla, entre ellos violencia sexual, indica que al comienzo fueron escuchadas por la Comisión y que incluso algunas delegadas participaron en el primer Encuentro por la Verdad que realizó esa entidad, dedicado a víctimas de violencia sexual y de género.

Sin embargo, lamenta que posteriormente dejaron de tener contacto y que no se hubiera realizado un evento dedicado a víctimas de violencia sexual en las Farc, como sí ocurrió con otro tipo de crímenes. Además, cuestiona que la CEV no se centre en casos específicos, como los que representa, alegando que existe un gran universo de víctimas y que no los puede tratar de manera individual.

“No se debe cambiar la historia ni transformar la realidad de todo esto que se vivió. Nuestra organización se ha empeñado en revelar lo que pasaba adentro de las Farc. La Comisión de la Verdad debería estar llamada no solo a recoger las inconformidades de la subversión, sino a plasmar los hechos más relevantes que la humanidad no puede permitir que se vuelvan a repetir”, indica.

Los reclamos a la Comisión de la Verdad no provienen exclusivamente de sectores que cuestionan su legitimidad y ponen en duda su imparcialidad. Organizaciones que aceptan su trabajo lamentan que, por limitaciones de tiempo y cuestiones metodológicas, sus investigadores no llegaron a diversas zonas rurales para tomarle testimonio a más víctimas.

Al respecto, el presidente de la CEV, el sacerdote Francisco de Roux, señala que el trabajo de la entidad ha estado despojado de intereses políticos y reconoce que hicieron todo lo posible al alcance de sus capacidades para hablar con la mayor cantidad de personas, pero “siempre habrá una insatisfacción totalmente legítima por parte de las víctimas”.

Y explica: “Con cada víctima, o cuando vamos a la cárcel, nos gastamos uno o dos días; visitar una comunidad víctima en la montaña toma una semana. Si le dedicáramos un minuto a los 9 millones de víctimas, nos demoraríamos 17 años, trabajando 24 horas al día, para oírlas a todas. Es perfectamente legítimo ese reclamo, pero sí puedo decir: honradamente hemos recibido con toda el alma a todos los que han llegado a la Comisión, hemos salido a buscarlas, hemos ido a los sitios donde nos parecía que las cosas eran más duras”.

Otra crítica recurrente es la falta de contrastación que hubo en espacios públicos cuando escucharon a importantes personajes relacionados con el conflicto armado, como ocurrió con los expresidentes Juan Manuel Santos, Álvaro Uribe Vélez y Andrés Pastrana, y el extraditado jefe paramilitar Salvatore Mancuso. (Leer más en: Encuentro Mancuso-Londoño: responsabilidad con poco aporte a la verdad)

Al respecto, el padre De Roux explica que todo estará contrastado en el Informe Final: “Nosotros no somos una entidad jurídica. Nosotros no podemos obligar a nadie a que venga a la Comisión, nosotros invitamos y le damos a las personas la posibilidad de hablar. Nosotros hacemos preguntas, pero no las hacemos de tal forma que busquemos obligarla a que se reconozca culpable en público ante el país. Si en un proceso jurídico no se le puede obligar a una persona que declare contra sí misma, mucho menos nosotros”.

Y prosigue: “En todos estos casos públicos tenemos preparaciones personales muy largas y hondas. A Mancuso le hicimos visita personal a la cárcel. Una comisionada fue a Estados Unidos a conversar con él y tenemos 26 horas de grabación en detalle. No lo presionamos para que los dijera en público, pero son absolutamente importantes”.

Diferentes sectores tienen incertidumbre sobre la suerte del Informe Final una vez sea publicado. “No debe quedar guardado, tiene que estar disponible para que las comunidades lo conozcan y para que la sociedad en general se apropie de él. ¿Cómo hacerlo? A través de acciones pedagógicas y en eso estamos trabajando desde la Red Colombiana de Lugares de Memoria”, plantea el historiador William Wilches, del Museo Caquetá, que es una de las 30 iniciativas que componen ese espacio de memoria histórica.

Entre junio y agosto del próximo año, los comisionados presentarán el informe en diferentes regiones del país. Además, explica De Roux, se creará un Comité de Monitoreo y Seguimiento, que durante siete años “cuidará que se pongan en marcha las recomendaciones que hace la Comisión”.

Por último, el presidente de la CEV es consciente de que el Informe Final será criticado por diferentes sectores sociales porque “la verdad es una lucha” y espera que ese trabajo le haga bien al país. Una vez publicado, quien lo desee podrá consultar, por medio de una aplicación de celular, todos los documentos recopilados por la Comisión, para “que el país haga su propia interpretación de lo que nosotros hicimos, y que pueda seguir avanzando en la conversación”. (Consulte aquí la entrevista completa al padre De Roux)

En junio del próximo año, Colombia se parará frente a un espejo que, por medio de múltiples voces y una vasta revisión documental, le reflejará la realidad que se negó a ver durante mucho tiempo. Los involucrados en el conflicto armado lucharán para que su imagen se vea lo mejor posible y que sus responsabilidades no ensucien su presente, su futuro ni su legado; pero en el fondo, el país tendrá la posibilidad de enmendar el camino para no volver a transitar por la barbarie y la desolación que dejaron más de medio siglo de guerra.

*Nombre cambiado por petición del entrevistado.

La JEP avanza, a pesar de la oposición

“No se trata de destruir o hacer trizas los acuerdos, pero sí se trata de hacerles modificaciones”, dijo Iván Duque Márquez, en enero de 2018, cuando todavía era candidato a la Presidencia de Colombia y esbozaba sus posturas críticas contra la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP). Tras ser elegido, durante su mandato y en diferentes oportunidades ha intentado hacerle zancadilla con reformas y demandas, pero esta entidad funciona y muestra avances. (Leer más en: El círculo imperfecto de las objeciones a la JEP)

Por lo menos así lo indican algunas fuentes consultadas, quienes, más allá de las cifras y los datos, reconocen que aún con demoras y en medio del crudo contexto sociopolítico en el que vive Colombia, esta jurisdicción transicional avanza. Otros, bastante críticos, argumentan que, en principio, el Acuerdo de Paz era ilegítimo y, por ende, también lo es todo lo que se desprenda de él.

La JEP es uno de los componentes del Sistema de Verdad, Justicia, Reparación y No Repetición (junto con la Unidad de Búsqueda de Personas Desaparecidas y la Comisión de Esclarecimiento de la Verdad), consagrado en el Acuerdo Final para la Terminación del Conflicto y la Construcción de una Paz Estable y Duradera pactado en La Habana, Cuba, entre el Estado colombiano y la extinta guerrilla de las Farc, y refrendado en Bogotá el 24 de noviembre de 2016.

Su propósito esencial es “satisfacer el derecho de las víctimas a la justicia, ofrecer verdad a la sociedad colombiana, proteger los derechos de las víctimas, contribuir al logro de una paz estable y duradera y adoptar decisiones que otorguen plena seguridad jurídica a quienes participaron de manera directa o indirecta en el conflicto armado interno mediante la comisión de las mencionadas conductas”.

Esta entidad, creada con el Acto Legislativo 01 de abril de 2017, funcionará por máximo 20 años y tiene bajo su responsabilidad conocer y juzgar las conductas cometidas con anterioridad al 1 de diciembre de 2016, “por causa, con ocasión o en relación directa o indirecta con el conflicto armado, por quienes participaron en el mismo, en especial respecto a conductas consideradas graves infracciones al Derecho Internacional Humanitario o graves violaciones de los Derechos Humanos”.

Luego de cinco años de implementación del Acuerdo de Paz y de cuatro de la entrada en vigencia de la JEP, su trabajo oscila entre el respaldado de organizaciones de víctimas y organismos internacionales, y la oposición de quienes creen que es un modelo de justicia hecho “a medida” de las antiguas Farc. Aún queda un largo camino por recorrer e intensos debates por escuchar.

Voces de apoyo

Adriana Arboleda, vocera del Movimiento Nacional de Víctimas de Crímenes de Estado (MOVICE), resalta que la JEP ha tomado decisiones significativas, como el aval de medidas cautelares para la protección de 17 lugares donde se presume que hay cuerpos de víctimas de desaparición forzada. Esa decisión ha permitido articularse con la Unidad de Búsqueda de Personas Dadas por Desaparecidas (UBPD) con el fin de dar una respuesta más efectiva a las familias. (Leer más en: Familiares de víctimas piden proteger sitios donde se presume hay cuerpos de desaparecidos)

En uno de sus últimos informes difundidos por el Instituto Kroc, de la Universidad de Notre Dame, veedor de la implementación del Acuerdo de Paz, se destacan acciones como la acreditación de cinco personas de la comunidad LGBT en el Caso 05 (sobre la situación humanitaria de varios municipios del norte del Cauca); la acreditación del Partido Comunista como víctima en el Caso 06 (referido a la victimización de los miembros de la Unión Patriótica); la toma de acciones para garantizar la participación de las víctimas en los procesos; y el lanzamiento del protocolo de relacionamiento con la Justicia Propia de los pueblos y comunidades negras, afrocolombianas, raizales y palenqueras.

Esto último lo avala Rosana Mejía, consejera mayor de la Asociación de Consejos Comunitarios del Norte del Cauca (ACONC). La JEP, según ella, “ha reconocido el papel de los mecanismos de gobierno propio y hemos sido tenidos en cuenta, sobre todo, en el Caso 05, en el que estamos los consejos comunitarios del norte del Cauca y algunos del Valle. Esas cosas no las podemos negar. La participación étnica ha sido amplia”.

Por su parte, en el tercer informe de seguimiento al Acuerdo de Paz, publicado en agosto de este año, la Procuraduría General de la Nación resalta el desarrollo organizativo de la JEP, los procesos que se adelantan en las salas de Amnistía o Indulto y Definición de Situación Jurídica, los avances en los siete macrocasos abiertos hasta el momento, las medidas cautelares y de protección, la participación de las víctimas en contexto de pandemia, el enfoque de género a nivel institucional y la articulación con la justicia ordinaria.



Desde el equipo jurídico de la Coalición Contra la Vinculación de Niños, Niñas y Jóvenes al Conflicto Armado en Colombia (COALICO), consideran que esta jurisdicción transicional es “la mejor oportunidad que tiene el Estado colombiano para combatir la impunidad que, históricamente, ha caracterizado las investigaciones de reclutamiento ilícito de niñas y niños, en el marco del conflicto armado” y dicen ver “con buenos ojos” el trabajo adelantado, pues ha emitido actuaciones judiciales que en otras condiciones serían inimaginables y que ayudan a la construcción de verdad como reparación y como garantía de no repetición. (Leer más en: Así va el espinoso caso de reclutamiento de menores de edad en la JEP)

La Secretaría Técnica (ST) del componente de verificación internacional del Acuerdo Final, conformada por el Centro de Investigación y Educación Popular (Cinep) y  el Centro de Recursos para el Análisis de Conflictos (Cerac), destaca que la metodología empleada por la JEP está permitiendo, entre otras cosas, evidenciar las interconexiones entre los macrocasos, sin importar época y lugar, y los patrones de violencia, las responsabilidades de diferentes comparecientes, el reconocimiento de los relatos y la participación de las víctimas. (Ver informe)

Lo anterior lo ejemplifica con decisiones tomadas en los casos 01 (sobre la toma de rehenes y otras graves privaciones a la libertad cometidas por las Farc-Ep) y 03 (referido a las muertes ilegítimamente presentadas como bajas en combate por agentes del Estado”.

En el primer caso, resultaron imputados ocho miembros del antiguo secretariado de las extintas Farc por crímenes de lesa humanidad, incluido el de esclavitud, adicionado recientemente,  y el registro de 21.396 víctimas de privaciones a la libertad; y en el segundo caso, diez militares y un civil fueron imputados por crímenes de guerra de homicidio en persona protegida, crímenes de lesa humanidad de asesinato y desaparición forzada, el reconocimiento de al menos 6.402 víctimas de ejecuciones extrajudiciales y de una política criminal y práctica sistemática generalizada. (Leer más en: Estos eran los oficiales del Ejército en las zonas con más ‘falsos positivos’)

“Hemos estado bastante satisfechas con el trabajo que ha hecho la JEP. Hemos tenido participación, lo que no sucedía por la justicia ordinaria. Cuando dieron esa cifra de los 6.402 casos documentados, fue poder demostrar que no habían sido casos aislados”, detalla Jacqueline Castillo, representante de Madres de los Falsos Positivos de Soacha y Bogotá (MAFAPO).

Además, la ST registró la acreditación de cinco soldados, en el Caso 05, como víctimas de minas antipersonal, y el sometimiento de 12.993 personas a la jurisdicción (9.810 de FARC-EP, 3.029 de Fuerza Pública, 142 agentes del Estado diferentes a Fuerza Pública y 12 de protesta social).

Para Bernardita Pérez, profesora de la Facultad de Derecho de la Universidad de Antioquia y abogada constitucionalista, todos los esfuerzos que ha hecho la JEP son importantes, sobre todo los referentes a los macrocasos.

Para reforzar su argumento, esta jurista compara el proceso de paz de Sudáfrica, que se concretó en 1994, con el de Colombia, poniendo énfasis en algunas cifras alcanzadas hasta el momento y a las que califica como resultados “extraordinarios”: Más de 50.000 decisiones judiciales adoptadas; 13.258 personas que suscribieron acta de compromiso y sometimiento; 17.489 decisiones judiciales adoptadas en la Sala de Amnistía o Indulto; y 19.641 decisiones judiciales adoptadas en la Sala de Definición de Situaciones Jurídicas.

Frente a esas cifras, Camila Moreno, directora en Colombia del Centro Internacional para la Justicia Transicional (ICTJ, por sus siglas en inglés), afirma que lo que se puede ver es el reflejo del gran desafío que tiene la jurisdicción sobre el abordaje de la masividad de los hechos y los actores.

“Lo que está en juego -dice- es la capacidad del Estado colombiano, a través de la JEP, de poder garantizar una judicialización estratégica, cuando estamos hablando de cientos de responsables, miles de víctimas, miles de hechos que no van a poder ser nunca esclarecidos uno a uno; y eso es muy importante reiterarlo y que haga parte de la pedagogía que debe seguir haciendo la JEP, (porque) es lo que se va a judicializar, no los hechos individuales, porque si fuera así, probablemente necesitaríamos quién sabe cuántos cientos de años para lograrlo”.

A pesar de las dificultades del contexto político y de lo complejo que es crear una institución en Colombia bajo el Acuerdo de Paz, Moreno considera que el trabajo de la JEP es positivo, sobre todo porque ya hay decisiones de fondo, como las imputaciones, y porque ha habido un buen entendimiento del proceso por parte de las víctimas, los comparecientes de Farc y los militares de bajos rangos.

En medio de las dificultades, los avances de la JEP han recibido amplios gestos de respaldo y legitimidad. Uno de los más importantes llegó recientemente por parte de Karim Khan, fiscal de la Corte Penal Internacional, quien suspendió el examen preliminar sobre violaciones a los derechos humanos que ese tribunal tenía abierto sobre Colombia desde hace 17 años tras considerar que los procesos que adelanta la justicia transicional contra exintegrantes de las antiguas Farc y de la Fuerza Pública van en buen camino para garantizar justicia a las víctimas del conflicto armado.

No todo lo que brilla es oro

“Resarcir a las víctimas está en el centro del Acuerdo General para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera”, es el espíritu que cobija el Acuerdo de Paz y, con mayor razón, a la JEP

Pero, ¿cómo se sienten las víctimas de las antiguas Farc? ¿Las han escuchado? ¿Las han tenido en cuenta? Diferentes organizaciones de la sociedad civil tienen respuestas críticas al respecto.

Una de ellas es la Asociación Colombiana de Oficiales Retirados de las Fuerzas Militares (ACORE). Su presidente, el coronel en retiro John Marulanda, considera que tanto la JEP como la Comisión de la Verdad y la UBPD, son organismos “derivados de un acuerdo que fue rechazado, mayoritariamente, por los colombianos en una votación amplia, clara y democrática. Por lo tanto, carecen de legitimidad, así estén legalizados”.

Como ACORE, en la Federación Colombiana de Víctimas de las Farc (FEVCOL), representada por Sebastián Velásquez, también creen que el Acuerdo de Paz y la JEP son ilegítimos y cuestiona varias de sus decisiones, entre ellas el por qué y el para qué de la inclusión de las ejecuciones extrajudiciales, de la victimización de los miembros de la UP y el poco alcance territorial al acotar otros casos en unos pocos municipios.

“Como que las Farc no hubieran estado en todo Colombia”, repara Velásquez y plantea que los elementos de verdad, justicia, reparación y no repetición de la JEP y del Sistema Integral no se están cumpliendo.

Con respecto al enfoque de género, Juliana Ospina, integrante de la Corporación Sisma Mujer, asegura que siguen encontrando la barrera de los estereotipos y las creencias limitantes: "Eso fue lo menos grave", "esto no es tan grave", "esto metámoslo por allí", "esto metámoslo aquí en la región", "esto metámoslo aquí como con otra cosa".

Afirmaciones como esas, advierte, no permiten avanzar en materia de violencia sexual. Además, duda sobre si la JEP está reconociendo la existencia de estos delitos y si está pasando por alto la responsabilidad de algunos comparecientes en casos como estos.

Otra voz crítica proviene de la Corporación Rosa Blanca, integrada por cerca de 250 mujeres reclutadas por las antiguas Farc quienes constantemente denuncian hechos de violencia que padecieron en las filas guerrilleras.

“Lo primero que debo decir es que la JEP es un organismo judicial que está arreglado. El término ‘víctimas’ en el Acuerdo de Paz es un sofisma de distracción y nos hemos encontrado con una problemática y es que estos criminales de las Farc no han cumplido con el Acuerdo, en la medida en que no han ido a reconocer sus delitos, especialmente los delitos de reclutamiento y, más especialmente, los delitos de abuso sexual y de tortura que muchas de ellas sufrieron”, asegura Adel González, abogado de la Corporación Rosa Blanca.

Y para respaldar su crítica detalla que han presentado cerca de 30 denuncias penales individuales ante la JEP, pero que esta solo las ha reconocido como una mera solicitud de acreditación de víctimas; que han solicitado el interrogatorio y testimonio de varios miembros del antiguo Secretariado de las extintas Farc porque las víctimas los señalan, con nombre propio, como sus agresores sexuales, pero esa jurisdicción, por ahora, se ha negado; y que la organización Rosa Blanca no ha recibido apoyo económico de nadie, ni siquiera de organizaciones civiles y mucho menos de la JEP y sus instancias, para, por lo menos, recolectar material probatorio.

Según González, lo último ha generado que la carga de la prueba se invierta “y, entonces, nos toca a las víctimas demostrar que 'Timochenko' (Rodrigo Londoño) violó; demostrar que 'El Paisa' (Hernán Darío Velásquez) violó, demostrar que el otro sinvergüenza bandido de 'Romaña' (Henry Castellanos) violó, demostrar que, por ejemplo, 'Sandino' era la patrocinadora de los abortos”.

Las referencias de este abogado apuntan a Rodrigo Londoño, conocido en las extintas Farc como ‘Timoleón Jiménez’ o ‘Timochenko’, máximo dirigente de ese grupo armado ilegal y quien lideró la negociación del Acuerdo de Paz con el Estado colombiano; a Hernán Darío Velásquez, alias ‘El Paisa’ y a Henry Castellanos, alias ‘Romaña’, dos de los guerrilleros más crueles que decidieron seguir en armas; y a Judith Simanca Herrera, llamada también ‘Victoria Sandino’, actual Senadora de la República por el Partido Comunes, creado tras los pactos de La Habana.

Desde ACONC, la consejera Mejía plantea que a la jurisdicción le ha faltado contundencia al dirigir las audiencias para lograr que, efectivamente, haya una expresión de verdad, porque los comparecientes han omitido y negado realidades evidentes, como que en sus filas hubo gente afro, o como haber participado en algunos hechos ocurridos en su territorio, que ellos, en su organización, tienen reseñados.

¿Y sobre la Fuerza Pública?

Acerca del papel que han cumplido los agentes del Estado como comparecientes, Arboleda, del MOVICE, explica que le han pedido a la jurisdicción que tome medidas frente a la “estrategia negacionista y justificadora que tienen los militares”, porque han evidenciado que muchos de ellos, que ya estaban condenados a penas altas, accedieron a la JEP sólo con la idea de quedar en libertad, pero sin aportar verdad.

Así, según ella, si no se comprometen con la verdad, con el reconocimiento de su responsabilidad, con los derechos de las víctimas que es lo que establece el acto legislativo que le dio vida a la JEP, deberían ser expulsados y revocados sus derechos adquiridos, como la libertad condicional.

En la misma línea, Castillo de MAFAPO, señala que, aunque las víctimas de 'falsos positivos' tienen claro que los militares no han aportado verdad plena y que, por boca de otros uniformados, “ellos todavía viven bajo presión”, guardan la esperanza de que en un futuro cercano la JEP tome decisiones sobre si continúan o no estos comparecientes cobijados por este mecanismo transicional.

Futuro de la JEP

Desde diversas organizaciones sociales y académicas insisten en hacerle un llamado a la JEP para que abra nuevos macrocasos específicos por delito, entre ellos, violencia sexual y basada en género, minas antipersonal, desplazamiento y confinamiento, desaparición forzada, violencias a poblaciones étnicas y raizales, toma a poblaciones, narcotráfico, relaciones entre paramilitares y agentes del Estado, y crímenes de las Farc a nivel territorial.

Además, esperan que la jurisdicción continúe trabajando en acelerar los procesos, lograr una mayor participación de las víctimas y articularse de manera efectiva con los otros componentes del Sistema Integral, como también al interior de la jurisdicción y con otras entidades estatales, como la Unidad para las Víctimas.

En particular, la ST considera necesario que la JEP presente más decisiones de fondo sobre los macrocasos, que evite cualquier tipo de alteración a los pilares de su modelo de justicia restaurativa, que avance en los procesos para poner en marcha los trabajos, obras y actividades con contenido reparador y que resuelva las solicitudes de excombatientes de las Farc que continúan privadas de la libertad.

Por otro lado, la abogada Pérez insiste en la importancia y la urgencia de comunicar los avances y las estrategias pedagógicas de la JEP, de manera constante y efectiva, en canales de comunicación propios de la jurisdicción, que no respondan a las dinámicas de los medios tradicionales, ligados, sobre todo, a los publirreportajes. Así, su trabajo podrá ser más accesible para la ciudadanía y dejará de ser “manso, discreto y silencioso”.

Y, finalmente, las organizaciones de víctimas esperan, además de su reparación integral, mano firme por parte de la jurisdicción y una verdad plena por parte de todos los comparecientes, sin importar sin son excombatientes de las antiguas Farc o agentes de la Fuerza Pública.

* Tres días después de ser publicado este reportaje y de haber buscado infructuosamente por más de dos meses una entrevista con el magistrado Eduardo Cifuentes, presidente de la JEP, remitió sus respuestas por escrito. Consúltelas en este enlace.

El silencio de los fusiles duró poco

“Mientras en el país se hablaba de paz y de implementar los acuerdos para lograr la no repetición de la violencia, en nuestros territorios pronto volvieron las amenazas, los asesinatos selectivos y las masacres”, se lamenta Juan Manuel Camayo, coordinador del Tejido de Defensa de la Vida, de la Asociación de Cabildos Indígenas del Norte del Cauca (Acin), encargado de monitorear las violaciones de derechos humanos que padece el pueblo Nasa.

Entre finales de 2016 y principios de 2017 las Farc dejaron sus armas en cumplimiento del Acuerdo de Paz y se esperaba que el Estado copara, de manera integral, las zonas que controló durante años la antigua guerrilla, con desarrollo y seguridad, para llenar ese vacío de poder, evitar nuevos ciclos de violencia y saldar las deudas históricas que padecen las poblaciones más golpeadas por el conflicto armado.

No obstante, la criminalidad fue más rápida que la institucionalidad. De ahí que la situación descrita por Camayo no es exclusiva de su región: se replicó en diferentes departamentos del país.

Grupos armados que colindaban con las otrora Farc, guerrilleros que se alejaron del proceso de paz y hombres que retomaron las armas tras la desmovilización, ganaron esa carrera y se tranzaron en nuevas disputas por el control territorial. Quienes están pagando los platos rotos son las comunidades campesinas, negras e indígenas, a las que el Acuerdo de Paz les hizo la promesa de la no repetición de la violencia, pero cinco años después, aún no se cumple.

Así lo explicó Michel Forst, entonces relator especial de la ONU sobre la situación de los defensores de los derechos humanos, en su informe sobre la situación de Colombia en 2019: “La desmovilización de las FARC-EP no conllevó la movilización y presencia estatal integral en las zonas antes bajo su control, lo que permitió la reorganización del poder a manos de grupos armados ilegales y grupos criminales en torno a economías ilícitas, ante la inacción y/o ausencia del Estado”.

Comunidades de Nariño, Cauca, Chocó, Antioquia, Córdoba, Bolívar, Putumayo, Caquetá, Meta, Guaviare, Arauca y Norte de Santander, pudieron descansar del estruendo que producen la detonación de fusiles y explosivos durante la etapa final de las negociaciones de paz que se adelantaron en Cuba y los primeros meses de implementación del pacto que le puso fin a una guerra que se prolongó por más de 50 años.

Entre noviembre de 2012 y agosto de 2016 los delegados del entonces presidente de Juan Manuel Santos (2010-2018) y de las antiguas Farc negociaron una agenda de seis puntos para entablar el Acuerdo Final para la Terminación del Conflicto y la Construcción de una Paz Estable y Duradera. Durante ese tiempo disminuyeron los desplazamientos forzados, los confinamientos, las masacres y las muertes de civiles por enfrentamientos entre grupos armados.

El único indicador que aumentó en ese periodo fueron las amenazas y están relacionadas con los diálogos: los encuentros que tuvieron víctimas del conflicto con los negociadores en La Habana despertaron una ola de amenazas masivas. (Leer más en: Víctimas en La Habana: los que fueron y los que faltaron)

Lo paradójico es que, a partir de 2017, justo cuando comenzaron la implementación del Acuerdo de Paz y las políticas del denominado posconflicto, volvieron a crecer las cifras de la violencia. Esa fluctuación se refleja en diferentes indicadores consolidados por la Oficina de Naciones Unidas para la Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCHA).

El desescalamiento y la agudización del conflicto también se reflejan en indicadores a través del tiempo. Durante las negociaciones de paz los enfrentamientos entre la Fuerza Pública y el grupo armado más grande del país decayeron, generando un efecto positivo. Una vez desmovilizado, aumentaron por las disputas territoriales en las que entraron viejos y nuevos grupos armados. En la mayoría de indicadores y casos consolidados por OCHA, el año 2017 registra el punto de inflexión hacia escalada de la violencia.

Sobre ese panorama, Andrés Cajiao, investigador del Área de Dinámicas del Conflicto de la Fundación Ideas para la Paz (FIP), señala que, desde la dejación de armas de las Farc a la fecha, el país ha travesado por tres etapas distintas.

Una primera es de gestación de nuevos grupos armados. Ocurrió por cuenta de aquellos jefes de las antiguas Farc que se alejaron del proceso de paz antes de que se firmara el Acuerdo, como sucedió con Miguel Botache Santilla, alias ‘Gentil Duarte’, quien opera en los departamentos de Meta y Guaviare.

La siguiente etapa es de reconfiguración territorial, ocurrida entre 2018 y 2019, cuando “se ven recrudecimientos importantes en diferentes zonas del país, como en el Pacífico nariñense, Cauca, el Catatumbo, la expansión del Eln al sur de chocó y las intenciones de los gaitanistas (Agc) de ocupar Chocó desde Urabá”. (Leer más en: Radiografía de los 30 grupos surgidos tras el desarme de las Farc)

La última epata transcurre desde finales de 2019, con la resolución de algunas disputas: “El Eln queda como dominante en el Catatumbo, aunque hay disputa en Tibú; Arauca se estabilizó; en el sur de Meta quedó el Bloque Jorge Briceño, al comando de ‘Gentil Duarte’ e ‘Iván Mordisco’”. No obstante, Cajiao aclara que persisten intensos enfrentamientos en Nariño, Chocó, Cauca, Bolívar y el Bajo Cauca antioqueño.

Nuevo escenario

Tras las desmovilizaciones de las Autodefensas Unidas de Colombia (Auc) y de la guerrilla de las Farc, ocurridas entre 2003 y 2006, y 2016 y 2017, respectivamente, las dinámicas del conflicto armado en Colombia cambiaron sustancialmente. Se pasó de un conflicto de grandes estructuras armadas, con fuerte jerarquía vertical y alcance nacional, a varios con grupos de alcance local y regional.

«La situación actual la hemos llamado conflictos focalizados o confrontaciones armadas focalizadas, para distinguirla de la década anterior, cuando se mantuvo una situación de guerra bastante generalizada. Ahora hay un cambio, que pasó por un periodo de desescalamiento después del año 2012 y entramos en conflictos de baja intensidad», explica Camilo González Posso, presidente Instituto de Estudios para el Desarrollo y la Paz (Indepaz).

Ese centro de estudios publicó el pasado 4 de octubre el informe Los Focos del Conflicto en Colombia, en el que caracterizó a los actuales grupos armados y su accionar. Entre ellos están 22 estructuras de grupos surgidos tras la desmovilización de las Auc que son denominados como narcoparamilitares, 30 estructuras posdesmovilización de las Farc y ocho frentes de guerra de la guerrilla del Eln.

Esa investigación registra que durante 2020 los grupos neoparamilitares tuvieron actividad en 291 municipios, los rearmados y disidentes de las Farc en 123, y el Eln en 211. La investigación encontró ocho focos de confrontación. 



Al respecto, el informe plantea que esos “focos territoriales no son nuevos escenarios del conflicto, pero dentro de ellos las dinámicas se transformaron por la reconfiguración armada y, con esto, los niveles de violencia o las interconexiones entre sí”.

González señala que la situación actual es producto de las dificultades de la transición al posconflicto: “Con la firma del Acuerdo de Paz no se resolvieron problemas estructurales de disputa por territorios y poder mediante las armas: se volvió una parte de un modelo el utilizar las armas para hacer riqueza y retener poder. Esas disputas son muy fuertes y siguen teniendo impacto en 300 municipios del país”.

Por otro lado, Kyle Johnson, investigador de la Fundación Conflict Responses (Core), plantea que el conflicto armado tiene menor alcance, se está degradando y criminalizando: “Cada vez va a ser más local y regional. No creo que Colombia vaya a tener un conflicto con actores que piensen en amenazar el poder del Estado central y se quedarán en lo local”.

Sobre la degradación, plantea que está vinculada al aumento en la intensidad de luchas por control territorial: “Dentro de esas disputas hay una degradación en términos de repertorio de violencia contra la población civil, que son más duros que los que existían antes de la negociación de paz con las Farc. Por eso hay un aumento de confinamientos y asesinatos”. (Leer más en: Masacres, estrategia de terror en múltiples confrontaciones y ¿En 2020 ocurrieron 147 masacres?)

Una de las principales razones que Johnson le atribuye a esa degradación es la juventud y falta de formación de quienes están al frente de los grupos armados ilegales. “Los principales actores son más jóvenes que con las Farc y el Eln hace 15 años. Son jóvenes que crecieron en un contexto muy distinto, en otro momento internacional y en otra cultura local. No tienen esa raíz de lucha campesina”, precisa.

En ese planteamiento coincide Camayo, de la Acin, quien sostiene que el posconflicto ha sido mucho más grave que el conflicto armado: “El Acuerdo de Paz lo que hizo fue dividir estructuras armadas y ahora no se sabe con quién hablar sobre temas humanitarios. No hay forma de tener diálogo y tampoco respetan a las comunidades ni a sus autoridades”.

Lamentablemente, los hechos respaldan esa afirmación, pues en el norte de Cauca, la decisión de los resguardos indígenas de ejercer su derecho a la autonomía territorial y gobierno propio, tras la desmovilización de las antiguas Farc, les ha costado la vida a decenas de miembros de la Guardia Indígena y autoridades ancestrales, al oponerse a la presencia de grupos armados y la explotación de rentas ilegales. (Leer más en: La dolorosa e incesante cuenta de cobro a los Nasa)

En Cauca tienen presencia seis disidencias de las Farc, que se desprendieron de los frentes 6 y 30: la Columna Jaime Martínez, la Columna Dagoberto Ramos, el Frente Carlos Patiño, el Frente Rafael Aguilera, el Frente Ismael Ruiz y el Frente Diomer Cortés. Además, está el Eln y permanentemente circulan amenazas a nombre de las 'Águilas Negras' y de las Agc, aunque la Policía señala que en ese departamento no hay presencia de grupos paramilitares.

Los efectos de la reconfiguración o desorden de grupos armados que trajo el posconflicto también se sienten en el Catatumbo. Wilfredo Cañizares, director de la Fundación Progresar, que monitorea las violaciones de derechos humanos en esa región fronteriza del departamento de Norte de Santander, señala que antes de 2016 estaba diferenciado el control de cada grupo armado.

“Después de los acuerdos, hoy en día, existen tres grupos de disidencias en la región: el Frente 33, que el gobierno dice que trabaja con 'Gentil Duarte'; la Segunda Marquetalia, de 'Iván Márquez'; y el Frente 41, de 'Otoniel'. De tener al Frente 33 claramente establecido con sus dominios e intereses, pasamos a tener tres grupos disidentes de las Farc en la región. Hay tensiones entre el 33 y el 41, pero menos mal ha bajado la confrontación entre el Epl y el Eln”.

Al cumplirse cinco años de la firma del Acuerdo de Paz, las comunidades que más han sufrido por la guerra se sienten en un momento desesperanzador. Así lo plantea Richard Moreno, miembro del Foro Interétnico Solidaridad Chocó (Fisch), espacio en el que comunidades negras e indígenas impulsan un acuerdo humanitario para ese departamento, que padece constantes desplazamientos forzados y confinamientos por los enfrentamientos entre las Agc, el Eln y la Fuerza Pública.

“La firma del Acuerdo generó algunos niveles de tranquilidad que no habíamos tenido, pero duraron alrededor de uno o dos años. Nosotros creemos que el gobierno nacional, de manera intencional, no copó, con inversión social, los territorios que dejaron las Farc y permitió el reciclaje y reconfiguración de actores armados, de los mismos que ya estaban y de otros que han llegado. Hoy seguimos con la misma ausencia y negación del Estado, la misma apatía de los gobernantes locales y las comunidades siguen sufriendo las peores consecuencias. (Leer más en: En menos de un mes, el San Juan se volvió un infierno)

¿Y las autoridades?

En medio de la actual espiral de violencia, en la que año tras año aumentan los asesinatos de líderes sociales y excombatientes de las Farc en vía de reincorporación, las masacres, los desplazamientos forzados y los confinamientos, el Ministerio de Defensa reporta cifras con las cuales rebate las críticas que le hacen distintos sectores sociales.

En respuesta a una consulta de VerdadAbierta.com, esa cartera de gobierno asevera que para consolidar y proteger las regiones donde estuvieron las antiguas Farc, la Policía Nacional realizó 866 operaciones entre el 24 de noviembre de 2016 y el pasado 30 septiembre, y las Fuerzas Militares mantienen once “operaciones mayores” conjuntas en todo el país.

Además, que, para cumplir con los objetivos de la Política de Defensa y Seguridad, ha ejecutado el Plan Estratégico Estabilización y Consolidación Victoria, el Plan de Guerra Victoria Plus y el vigente Plan de Guerra Bicentenario Héroes de la Libertad.

Además, que, para cumplir con los objetivos de la Política de Defensa y Seguridad, ha ejecutado el Plan Estratégico Estabilización y Consolidación Victoria, el Plan de Guerra Victoria Plus y el vigente Plan de Guerra Bicentenario Héroes de la Libertad.

También presenta logros en materia de incautación de drogas, destrucción de laboratorios de procesamiento de narcóticos, erradicación de hectáreas cultivadas con coca y capturas relacionadas con la minería ilegal, que son las dos principales fuentes de financiación de los grupos criminales.


Por otro lado, destaca que las operaciones de la Fuerza Pública permitieron capturar, dar de baja y desmovilizar a 27.281 integrantes del Eln, del 'Clan del Golfo' (Autodefensas Gaitanistas de Colombia), de 'Los Caparros', de 'Los Pelusos' y de 'Los Puntilleros', entre otros grupos armados ilegales. Asimismo, reporta que, en los últimos cinco años, fueron heridos 358 uniformados de las Fuerzas Militares y de la Policía Nacional; y 98 fueron asesinados. (Consulte aquí las respuestas del Ministerio de Defensa)

Si las fuerzas de seguridad del Estado han actuado constantemente en el denominado periodo del posconflicto, tal como lo revelan esas cifras, ¿por qué la violencia está disparada en algunas regiones?

Andrés Cajiao, de la FIP, plantea que el papel de la Fuerza Pública ha sido diferenciado y tenido distintos efectos. De acuerdo con su análisis, logró impedir el fortalecimiento de algunas disidencias de las Farc, como en el sur de Tolima, pero con su accionar también ha generado desorden criminal: “Al atacar grandes cabecillas se fragmentan los grupos y se generan nuevos escenarios de violencia”.

Y agrega: “En general, el Estado ha sido reactivo. Apaga grandes incendios cuando suben la violencia y los homicidios drásticamente, desplegando más fuerza. La Fuerza Pública ha tardado en adaptarse a las nuevas lógicas de la confrontación, en donde ya no hay enfrentamientos directos y los grupos tratan de ser menos visibles”.

Actualmente los grupos armados tienen una capacidad de recomposición mayor, sostiene Cajiao, y asevera que “ya no son esas estructuras supremamente jerárquicas, en donde acabar con un cabecilla implica un cambio estructural fuerte o de difícil reemplazo. Cada vez son más dinámicos y de tipo horizontal”.

Jorge Restrepo, profesor de la Universidad Javeriana y director del Centro de Recursos para el Análisis de Conflictos (Cerac), considera que el Acuerdo de Paz por sí sólo no es suficiente para responder a los actuales problemas de seguridad. Por ello, plantea que es necesario hacer la reforma que requiere el sector de seguridad para el posconflicto; lo mismo que el sistema de justicia, que carece de medidas para hacerle frete al crimen organizado.

“¿Por qué estamos viviendo tiempos violentos a pesar del proceso de paz?”, se pregunta Restrepo. Y responde: “Porque la terminación del conflicto con las Farc, a los únicos que les convenía era a los grupos de crimen organizado. En esa terminación del conflicto, la ausencia de políticas en contra del crimen organizado terminó sirviéndole para que pudiera reinventarse y extenderse. Ese proceso de reorganización terminó siendo particularmente violento”.

La aplicación integral del Acuerdo de Paz es un reclamo de diferentes sectores sociales. Estiman que si la Reforma Rural Integral, el Programa Nacional Integral de Sustitución de Cultivos (PNIS), la Comisión Nacional de Garantías de Seguridad, entre otras medidas, avanzaran en los ritmos correctos, otro sería el panorama.

“Cada punto no aplicado o aplicado con cuentagotas, ha facilitado el reciclaje de violencias. El Acuerdo de Paz no se puede aplicar por pedacitos porque es integral. El Punto 3.4, que tiene que ver con garantías de seguridad ha fallado porque van más de 290 excombatientes asesinados, pero también se podría decir que no se aplicó en los primeros seis meses el PNIS y era clave para quitarle poder a las mafias”, refiere González, de Indepaz.

Al final del día, como sucedió en la época más dura del conflicto armado, quienes asumen las consecuencias son los habitantes del campo, de los resguardos indígenas y de los consejos comunitarios de comunidades negras. Nuevamente están a la merced de quienes se asientan en sus tierras con armas terciadas al hombro o enfundadas en sus pantalones.

“El proceso de paz fue un fracaso para los que sufrimos el conflicto armado. No permitió la visión y los anhelos que tenían las comunidades: no escuchar más disparos, vivir tranquilos en familia y tener noches de sueños tranquilos. Hoy esa tranquilidad no se ve reflejada. Los padres lloran el reclutamiento de sus hijos y sufren amenazas por querer rescatarlos de los grupos armados”, reprocha con enorme sentimiento el líder indígena Juan Manuel Camayo desde las montañas de Cauca, en donde los fusiles no paran de rugir.

Así ocurrió y sigue ocurriendo en diversas regiones de Colombia, en donde, cinco años después, la promesa de la no repetición de la violencia quedó 'confinada' en las 310 páginas del Acuerdo Final para la Terminación del Conflicto y la Construcción de una Paz Estable y Duradera.